Por Arturo Gutiérrez
CDMX, 08 septiembre 2025.- El golpe que la Fiscalía capitalina asestó al Cártel de Tláhuac con la detención de María “N” y Samantha “N”, viuda e hija de El Ojos, confirma que la estructura delictiva no fue desarticulada tras su muerte en 2017, sino que simplemente cambió de manos.
La organización ha operado desde entonces como una estructura familiar, con funciones claramente asignadas: María como lideresa, en disputa por el control del narcomenudeo frente a grupos como La Unión Tepito y Los Rodolfos; Samantha como responsable del dinero y la distribución; y Liliana “N”, aún prófuga, como encargada de coordinar la venta de droga bajo órdenes de su madre. La FGJCDMX mantiene vigente una recompensa de 500 mil pesos por su localización.
Lo preocupante no es solo la permanencia del grupo, sino la protección política que históricamente permitió su avance. Las actividades criminales del Cártel de Tláhuac se intensificaron durante la gestión de Rigoberto Salgado como jefe delegacional entre 2015 y 2018. Durante su administración se reportaron denuncias sobre el crecimiento del narcomenudeo, la cooptación de rutas de transporte y la intimidación a comerciantes, sin que hubiera una respuesta institucional efectiva.
A pesar de que existieron acusaciones directas en su contra, tanto en el Congreso local como en medios nacionales, Salgado nunca enfrentó cargos ni fue llamado a declarar. Lejos de una sanción, su carrera política prosperó. Actualmente ocupa una posición en la administración federal, donde permanece protegido por el partido en el poder, Morena, que ha preferido cerrar filas antes que esclarecer su papel durante el apogeo del cártel.
Esto evidencia una doble moral institucional: mientras se presume la captura de integrantes del crimen organizado, se encubre sistemáticamente a los actores políticos que desde sus cargos facilitaron la penetración del narco en la vida pública. La omisión es cómplice, y el silencio oficial, revelador.
El caso Tláhuac no es una excepción, sino un síntoma. Mientras se mantengan intactas las redes de protección política, cualquier golpe operativo al crimen será superficial. El narco no solo se combate con armas y recompensas, sino con voluntad real de cortar los lazos entre el poder y la delincuencia. Hasta ahora, esa voluntad no ha existido.