Por Stephen Crane
CDMX, 15 septiembre 2025.- Resulta inconcebible que haya otro país como México. Que festeje sus derrotas disfrazadas de heroicidad. Nación crucificada por los acerados clavos de la mentira con el martillo del poder.
Cada vez menos prima el sentimiento patriotero entre el pueblo mexicano. Sobre todo durante el llamado mes patrio. “¡Viva México, cabrones!”, incendiaria arenga. Tres palabras llenas de vacío. Reflejo de la grandiosa pequeñez de un pueblo que bucea en la alcantarilla de su ancestral derrota.
Por eso, aquella frase lapidaria de Octavio Paz, en el libro El Laberinto de la Soledad, resuena en la memoria del tiempo -estruendoso silencio-, desde la impostada historia oficial mexicana de un pueblo vencido:
“¡Pobres mexicanos! Que cada 15 de septiembre gritan por un espacio de una hora quizá para callar el resto del año”.
Con esa crítica, el Premio Nobel de Literatura, cuestiona si el Grito es una verdadera expresión de libertad o, si, se reduce a una mera tradición festiva, hueca. Mas no se traduce en cambios reales para el país cada vez más quebrantado, hace siete años en manos de la llamada Cuarta Transformación. Y que no logró su ansiada, cacareada quimera, acompañada de bombo y platillo:
Acabar con la corrupción.
La caricatura que ilustra esta Polilla, plagada de roedores, alrededor de la patria, refleja qué somos como país
La mentira hecha inmaculada verdad desde el poder.
Según la Inteligencia Artificial, que se caracteriza por sepultar sus filias y fobias, Paz sugiere que la celebración del Grito puede ser una forma de “catarsis o una costumbre” que, “a pesar de su fervor”, no impulsa acciones significativas durante el resto del año.
Y que simboliza una crítica velada al carácter “performático de la conmemoración” -a veces con humor involuntario-, invitando a una reflexión sobre la profundidad de la participación ciudadana y el impacto de las tradiciones cada vez más vanas, insulsas.
Implica, asimismo, un “llamado a la reflexión” y a la búsqueda de formas “más auténticas” de participación ciudadana y cambio social real que parece nunca llegar en beneficio del pueblo raso.
La mayoría de los 130 millones de sus ciudadanos siente intocables, consciente o inconscientemente, los símbolos patrios -bandera, himno y escudo nacionales-.
Son su piel.
Con ellos acorazan, sin percatarse, su irremediable sentimiento de ancestral orfandad. El 15 de septiembre -eufemismo las fiestas patrias- es el único día que se ilumina nuestra grandiosa insignificancia.
El fugaz grito es lo único que nos da grandeza nacional, como afirma Paz. Acompañado de la urgente necesidad de asesinar gachupines.
Eso sí, cada vez hay más escepticismo popular del sentimiento patrio en redes sociales.
Un cibernauta osó escribir en Facebook, con tono provocador, en días pasados:
“Me cago en la bandera y el himno nacional. Lo único que me da sentimiento de pertenencia como mexicano son los pueblos originarios”.
Hubo quién, para sorpresa de usuarios de redes sociales, secundó:
“Millones pensamos igual”.
Asalta la duda que sean tantos.
Pero más curioso: nadie dijo algo en contra.
Porque cuando a un mexicano tocan sus símbolos patrios con el pétalo de una rosa, le entra un irrefrenable síndrome suicida de Juan Escutia: lanzándose lo alto del antiguo Colegio militar -después convertido en el Castillo de Chapultepec por Maximiliano de Habsburgo-.
Es irremediablemente proclive a la inmolación masiva.
Porque así ordena el poder.
No ocurre, cuando recibe una mentada. No pasa de que quiera liarse a golpes con el agresor. La patria vale más que la madre: es nuestra verdadera progenitora.
Layda Sansores, gobernadora de Campeche, escupió ante la presidente de México, Claudia Seinbaum, con la caricaturesca voz de lija que la caracteriza, sin rubor alguno, durante un acto oficial, en días pasados:
“Ser mujer indígena pobre es lo peor que te puede pasar”.
Inmediatamente, organizaciones, representantes de los pueblos originarios, le exigieron una inmediata disculpa pública.
Craso error de Layda.
Porque los y las indígenas cargan sobre sus espaldas a una nación. Son la esencia de la mexicanidad. No tienen la maldición del mestizaje, con lo bueno y lo malo.
Sin ellos nada seríamos.
Con una aguda dosis satírica, el cartonista LUY -Oscar González-, se sumó con ácida sorna a las festividades del mes patrio. Dibujó una caricatura con el Capitolio de Estados Unidos simbolizando la campana que, el presidente en turno, tañe todos los años en Palacio Nacional. El badajo estaba representado con una cadena rematada con un grillete.
Se titulaba “Dependencia”.
Y sí.
Somos eterno patio trasero de los vecinos del norte.
La de México es la historia al revés, donde los héroes son villanos y los villanos héroes –https://share.google/ epyD6R21JS7ncGhBh- para adocenar la conciencia del pueblo desde el endemoniado púlpito del discurso político -sea el partido en el poder que sea- .
El Grito, efímero momento que intenta exorcizar los demonios de una nación rota, laberíntica, vive los momentos más aciagos desde que se instituyó el obtuso presidencialismo, hace casi un siglo.
Y todo aquel que tiene la osadía de no comulgar con los delirios de la Cuarta Transformación -periodistas incluidos- es tildado a rajatabla con cuatro palabras que suenan cada vez más huecas:
Traidor a la patria.
Otra escenificación de la comedia bufa -que caracteriza al Supremo Gobierno desde el 1 de diciembre de 2018-, relacionada con los festejos patrios, ocurrió en Tlaxcala.
En la prensa nacional y en redes sociales, se hizo viral el tema de las decoraciones patrias del gobierno morenista de dicha entidad debido a la polémica y sorna que causaron, al parecer por culpa de la Inteligencia Artificial. Aparecieron una serie de errores.
Sus habitantes reportaron, en videos y fotos, imágenes que fueron colocadas a inicios de septiembre. En éstas se podían ver pifias como una bandera de México en la que el águila salía sin cabeza. Otro error fue que en el fondo de una de las imágenes, se veían los colores de la bandera de Bolivia -rojo, amarillo y verde-, en vez de los tonos tradicionales del lábaro nacional -verde, blacco y rojo-.
Se quiso representar a un héroe de la patria, difícil de identificar por su apariencia de actor de Hollywood. Pero el mayor error fue que el personaje tenía seis dedos en la mano izquierda.
Otro yerro que llamó la atención fue que en una de las imágenes se mostraba al águila, pero no la real, especie que representa a México, sino un ave calva, símbolo patrio de, curiosamente, Estados Unidos.
Ante las burlas en redes sociales, las lonas –que cubrían casi la totalidad de los edificios del Palacio de Gobierno y el Congreso local– fueron retiradas, según versiones periodísticas.
La única virtud de la Cuarta Transformación: se ha convertido en amarga risoterapia de una buena parte del pueblo.
Hay más.
El pasado 11 de agosto, la presidenta de México negó categóricamente que drones de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) sobrevuelen territorio mexicano para realizar operaciones contra cárteles del narcotráfico, como afirmó el conductor Jesse Watters en el programa Fox News, luego de una orden que firmó Trump para poder operar en territorios extranjeros.
Durante su conferencia matutina en Palacio Nacional, Sheinbaum Pardo fue tajante con un delgado maquillaje de desasosiego dibujado en el rostro. Su mirada, dos dagas afiladas.
Aclaró, entre otras cosas, que -en casos muy particulares-, sí ha habido colaboración aérea o técnica, pero siempre bajo control de las autoridades mexicanas. En un momento que llamó la atención de medios y redes sociales, Sheinbaum recurrió al Himno Nacional para subrayar su mensaje de defensa territorial con comicidad involuntaria:
“Y de paso: ¿cómo dice el Himno?: y si osare un extraño enemigo, profanar con su planta tu suelo, piensa ¡oh patria querida!, que el cielo, un soldado y una soldada en cada hijo te dio”.
La frase se convirtió en tendencia en redes, con usuarios que interpretaron el gesto como una señal de firmeza ante la especulación mediática en Estados Unidos.
Aunque en realidad es una invitación al suicidio colectivo. Similar a la mortal arenga que fue el espíritu de la Revolución Cubana, tras el triunfo de 1959:
Patria o muerte.
“Nomás que diga la presidente Claudia y salimos al topon”, dijo un rabioso chaironauta en Facebook.
Hace poco más de una década, el periodista Jorge Luis Sierra hizo, en Canal 11 -Instituto Politécnico Nacional-, un patético diagnóstico, en caso de una invasión de Estados Unidos a territorio nacional:
El heroico ejército mexicano asesino no soportaría más de tres días de asedio.
Mas los políticos son verdaderos, caricarurescos, apátridas.
Siempre actúan a la sombra de la negra oscuridad: de espalda al pueblo.